In vino veritas

   El viernes de la semana pasada la mamá de una de mis alumnas se olvidó de ponerle el almuerzo y yo que soy una madraza sin hijos le dí el mío a la niña para que no pasase hambre. Lo cierto es que si lo hubiese pensado un poco no lo hubiese hecho y menos después de lo que sucedió la semana pasada con un niño en una granja-escuela, pero la carita de la niña era tan hambrienta que no lo dudé.
   El bocadillo era diminuto y no creo que le quitase mucho el hambre porque mis almuerzos son de tan sólo una rebanada de pan de molde y una loncha de fiambre o tres muy finas de embutido; el del viernes pasado era de chorizo de Pamplona. Pues aún así el lunes, la niña y sus padres, me sorprendieron con una bolsa de cerezas de un color rojo vino precioso y un sabor delicioso, dulces y jugosas; y es que son de los cerezos del huerto de su abuelo.
   Un beso,

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